Pensemos en ese mueble antiguo que está en la casa de tus abuelos o de algún familiar, que ha sido traspasado por generaciones, y es hermoso y único. ¿Cuál es su estado? Probablemente esté en perfectas condiciones y a lo más necesite un trabajo de restauración para así permanecer aun por más décadas.
Ahora, visualicemos algo completamente diferente: un vertedero —ubicado en Chile o en cualquier otra parte del mundo— repleto de sillas, mesas, sofás o cualquier otro mueble en estado de deterioro. Ese volumen irá aumentando según pasen los días, meses, años, hasta transformarse en una montaña gigantesca de basura. Eso es el fast furniture.
Un estudio de la EPA (Environmental Protection Agency) de Estados Unidos desglosa por año la cantidad de muebles desechados en EE. UU. por particulares y empresas. Solo en 2018 se fueron a la basura más de 12 millones de toneladas. En la Unión Europea, según datos de la Oficina Europea del Medio Ambiente, la cantidad fue de 10 millones de toneladas en 2021. Y ahí está el problema: la calidad. Para una nota publicada en Discover Magazine, Rolf Skar, gerente de Proyectos Especiales de Greenpeace Estados Unidos, explicó que el fast furniture en promedio tiene una vida útil de 5 años y que son muebles “relativamente baratos de comprar, pero casi imposibles de reparar o restaurar, lo que lleva a un ciclo costoso y derrochador de comprar y desechar”.
Pero, ¿qué ha posibilitado el aumento del fast furniture? La bibliografía disponible en internet sugiere que la globalización, el comercio internacional, la amplia cobertura del transporte internacional y la incorporación de técnicas computarizadas que facilitan aún más la producción en serie. Además, muchas personas se cambian de residencia con frecuencia, ya sea por estudios, trabajo o simplemente por preferencias personales, lo que lleva a una mentalidad de adquirir muebles económicos y fáciles de transportar, que puedan ser reemplazados rápidamente cuando se muden. Los desafíos económicos, como salarios bajos, deudas y dificultades para acceder a la vivienda propia, generan que una gran parte opte por muebles más económicos, como el fast furniture, en lugar de invertir en opciones más duraderas y costosas.
El impacto medioambiental
El fast furniture necesita grandes cantidades de madera para su fabricación porque es una producción en masa que requiere constantemente satisfacer la demanda de muebles nuevos. Todo esto contribuye a la deforestación y a la tala insostenible de bosques.
Earthsight, una organización pro medioambiente en Reino Unido, denunció en julio de 2020 que la marca sueca IKEA había obtenido madera de una tala ilegal en Ucrania para fabricar sus muebles. En su defensa corporativa, la empresa negó los hechos. La ONG británica ha venido denunciando también que IKEA ha infringido hasta en 11 ocasiones, entre 2012 y 2018, las licencias de tala, lo que le ha permitido acumular 689.000 metros cúbicos adicionales de madera. Esto convierte a IKEA en el mayor consumidor de madera del mundo. Sólo en 2019, el gigante sueco ocupó 21 millones de metros cúbicos de madera, casi el equivalente a un árbol por segundo.
Por otro parte, expertos advierten que la producción de fast furniture está asociada a un mayor consumo de agua, y que los muebles al ser desechados pueden contaminar el suelo y las fuentes hídricas por los textiles y plásticos tóxicos que estos contienen. Además, los muebles en los vertederos, al no poder reciclarse, son quemados, lo que genera que todo el C02 que capturó la madera durante su crecimiento, sea devuelto al ambiente en forma de contaminante.
Por último, la tala indiscriminada a raíz del fast furniture conlleva a la plantación de monocultivos, ya que estos crecen más rápido y pueden suplir de mejor manera la alta demanda. El problema con los monocultivos es que pone en riesgo la biodiversidad al reducir la variedad de hábitats, disminuir la diversidad genética, desplazar especies nativas, contaminar el medio ambiente con agroquímicos y perturbar los equilibrios ecológicos.
Hacia un cambio de paradigma
Al igual que la comida y moda rápida (fast fashion), cabe preguntarse quién tiene la responsabilidad: ¿empresas o usuarios? La verdad es que esta respuesta tiene matices y no se trata de apuntarnos con el dedo, porque avanzar hacia una economía circular es un proceso complejo, pero no imposible. Con el acceso a la información de hoy, se pueden revertir los patrones de consumismo.
Hay que destacar el surgimiento del movimiento slow furniture, algo así como mobiliario lento, el que promueve la fabricación y uso deliberado de muebles durables, donde se valora calidad sobre inmediatez, como una respuesta a la producción masiva de muebles “rápidos” desechables. El slow furniture no solo aboga por la fabricación de calidad de alta durabilidad, sino también por la multifuncionalidad y el pago justo a los trabajadores.
Desde Albura nuestro llamado es a que las personas amplíen su abanico de opciones de compra más allá del retail, a informarse y a cuestionar. ¿De dónde proviene la madera usada para la fabricación del producto que estás comprando? ¿Posee certificación de manejo de bosque sustentable? ¿La empresa imparte trato justo con sus trabajadores y proveedores? Y así otras tantas preguntas, cuyas respuestas nos llevarán a un consumo más responsable con el medioambiente y nuestra sociedad.
Por Diego Zúñiga Ríos
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